Aunque hice teatro como actividad
extraescolar en Primaria, participando en las obras de final de
curso, mi experiencia con la expresión corporal está totalmente
vinculada al deporte con el que he ocupado gran parte de mi tiempo.
La gimnasia rítmica fue mi vida durante años, desde los 4 hasta los
17, y una gran influencia en mi educación. Paralelamente, con el fin
de mejorar nuestros movimientos en la rítmica y aprender a controlar
nuestro cuerpo para sacarle el máximo partido, también practiqué
ballet. Todo esto me convirtió en lo que soy ahora. Y por ello no me
arrepiento de haberme iniciado ni de haberme dejado la piel en cada
entreno, en cada exhibición, competición y control técnico.
Sé que bajo el punto de vista de
muchos es un deporte mal visto, poco sano e incluso dicen que cruel.
Claro está, la gran mayoría tan solo lo ven desde fuera y se
escandalizan con lo que se cuenta sobre el sacrificio que requiere,
la gran cantidad de horas de entrenamiento, de desgaste físico, de
control de alimentación, etc. No hay que olvidar que cualquier
deporte de competición en el que se alcanza un alto rendimiento deja
de ser un simple hobbie para convertirse en un trabajo en el
que has de tener plena dedicación.
Recuerdo miles de momentos en los que,
a mí y a mis compañeras, el cansancio nos podía, los comentarios
de nuestras entrenadoras nos ofendían, nos derrumbábamos... Pero
siempre volvíamos a levantarnos. Ese es uno de los muchos valores
que me ha transmitido la rítmica y que aprecio poder volver la vista
atrás y recordarlo con orgullo. El afán por superarse, por seguir
adelante siempre, costara lo que costara. El apoyo incondicional de
familiares, amigos y compañeras, el vínculo que se crea con éstas
y con las entrenadoras, de respeto, humildad, seguridad, fuerza...
Aquellos que nos hemos dedicado en cuerpo y alma a algún deporte
hemos adquirido un noción de determinación, consideración,
responsabilidad que quizá otros logren adquirir con los años, pero
no a tan temprana edad. Este tipo de valores no se aprenden sin
presentarse adversidades, sin obstáculos que saltar ni balas que
esquivar. No todo ha sido de color de rosa, pero considero que vale
la pena.
Uno de los momentos más duros pero a
la vez más entrañables que recuerdo fue el campeonato de España de
conjuntos de 2004, celebrado en Gijón. Mi entrenadora se rompió la
cadera pocas semanas antes. No podía venir a entrenarnos y todo el
mundo se vino a bajo. Recuerdo cómo nos reunimos mis cuatro
compañeras y yo y nos prometimos que seguiríamos adelante, que
entrenaríamos duro solas, por nuestra cuenta y lo bordaríamos. Y
así lo hicimos. Días antes del nacional, nuestra entrenadora nos
hizo una visita para ver el resultado y... lloró. Conscientes de lo
exigente y severa que era siempre, aquello nos emocionó mucho. Aquel
campeonato fue mágico. Nos esforzamos al máximo por nosotras mismas
y en honor a nuestra entrenadora que no pudo acompañarnos. Recuerdo
que se quedó muda al recibir mi llamada de teléfono: habíamos
quedado campeonas de España en nuestro primer campeonato en
Categoría Junior. Con tan solo 13 y 14 años, obtuvimos plaza en
Categoría Élite, compitiendo contra chicas que doblaban nuestra
edad.
Mi club de rítmica, el Club Mabel de
Benicarló, ha mantenido siempre una línea bastante regular en
cuanto a sus montajes. Tanto su fundadora Manola como su hija Blanca,
han querido conservar ciertas características de calidad en todas
las gimnastas que por allí hemos pasado. La elegancia ha sido uno de
nuestros puntos fuertes, la buena ejecución de los movimientos,
acabar los ejercicios con sutileza y de manera amplia, con
ondulaciones de manos y expresividad no exagerada en los rostros.
En definitiva, asumo todo lo que ha
significado para mí este deporte, tanto lo bueno como lo malo y los
recuerdos seguirán dejando huella en mí: las lesiones, las caídas,
los cumpleaños, excursiones y fiestas que me he perdido, las noches
en vela, los nervios, las decepciones... Pero también mis logros,
las caras de mis compañeras cuando subíamos al pódium, las
lágrimas de mis entrenadoras, los gritos de nuestros padres y
amigos, el sonido de los aplausos, la emoción contenida y el
quedarme sin aliento por segundos... No lo cambiaría por nada del
mundo.
BEATRIZ VIDAURRETA ROMERO
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